22 feb 2012
Teseo
Gran héroe ateniense.
El propio Teseo se gloriaba de ser hijo de Poseidón y quería a todo trance que se le reconociera esta alcurnia. Se cuenta que al presentarse ante el rey Minos de Creta manifestó que quería ser tratado como verdadero hijo de Poseidon y, como Minos cuestionaba tal ascendencia, Teseo aceptó realizar cualquier prueba que aseverara su afirmación. El cretense lanzó su anillo al mar. Si el héroe era hijo del dios de las aguas, recuperar la preciada joya dorada le sería fácil. Teseo se zambulló sin dudar un instante y «a caballo» de un delfín alcanzó el palacio subterráneo de la diosa Anfítrite, esposa de Poseidón. Tras un tenso período de espera, los cretenses y su soberano vieron surgir a Teseo hacia la superficie con aspecto triunfante, pues llevaba el anillo en una mano y una magnífica corona sobre su cabeza, regalo de la diosa.
Sea como fuere, la madre de Teseo era Etra, hija de Piteo, rey de Trecén. Sucedió que Egeo, soberano de Atenas, no tenía descendencia a pesar de haberse casado varias veces. Desesperado, fue a consultar al Oráculo de Delfos. La Pitia le contestó en forma oscura, puesto que le indicó que «no vaciara el odre de vino antes de volver a casa». De regreso, Egeo se hospedó en el palacio del rey de Trecén, Pireo, quien comprendiendo el significado oculto del oráculo se las ingenió para embriagar a su regio amigo y durante la noche colocarle al lado del lecho a su hija, Etra, quien de esta unión daría a luz al futuro héroe. La leyenda cuenta que Poseidón se aprovechó de aquella maravillosa noche e hizo también de las suyas.
Y sucedió que Egeo tuvo que volver a su patria estando adelantado el embarazo de Etra. Antes de despedirse de su amada escondió sus sandalias y su espada debajo de una enorme piedra y dijo a Etra que, si alumbraba a un varón, cuando tuviera fuerza suficiente levantara la piedra y calzado con las sandalias y ciñéndose la espada se dirigiera de incógnito a Atenas, donde su padre lo reconocería, pues le estaría esperando anhelante.
Cuando Etra dio a luz un niño le puso por nombre Teseo, y lo crió y educó en su corte, argumentando firmemente que el padre era el mismísimo Poseidón, y así acalló las habladurías.
El niño creció día a día en fortaleza y belleza. A la edad de siete años conoció al gran Hércules, invitado a un banquete por Piteo. Hércules, para comer más cómodamente, se despojó de la piel del león de Nemea y, al apoyarla en un descansillo, algunos invitados que llegaban tarde a la mesa no osaban entrar creyendo que el animal estaba vivo. Teseo no se amilanó, arrebató un hacha a un criado y se abalanzó decidido sobre el despojo que parecía dotado de movimiento. Pronto salió de su error, pues el propio Hércules detuvo su brazo, pero le agradó la valentía del muchacho y le animó a que siguiera sus pasos.
Ya adolescente, Teseo ofreció como era tradición su cabellera al dios Apolo en Delfos, pero solamente lo hizo en parte, pues ofrendó únicamente el pelo de la parte delantera de la cabeza y así dicen los mitólogos que dio origen a una moda atestiguada en el mundo helénico ya muy entrada la época histórica.
Etra reveló a su hijo el secreto de su origen y le llevó al lugar donde Egeo había escondido los objetos. Teseo, animoso y lleno de júbilo, levantó ante el estupor de su madre la pesada piedra, se calzó las sandalias y se ciñó la espada, mientras exclamaba e interrogaba a la vez «¡Mi padre rey de Atenas! Para llegar a ella Teseo podía seguir dos caminos: el marítimo, fácil y seguro porque las naves de Trecén enlazaban constantemente con Atenas, y el terrestre, no recomendable por la cantidad de bandidos que infestaban su recorrido y que eran el terror de los viajeros. Teseo, para probarse a sí mismo, escogió este último.
El camino de Atenas fue un sendero de gloria para Teseo. Ya en el territorio de Epidauro, en donde después se construiría el famoso teatro con una sonoridad acústica única en el mundo, tuvo que luchar contra Perifetes, gigante que iba armado con una enorme maza con la que aplastaba a todo el que pasaba por allí. Teseo venció al malvado y, apoderándose de su terrible arma, una vez muerto se la guardó como trofeo de su primera victoria.
Al pasar por el istmo de Corinto, Teseo topó con el cruel bandido Sinis, del que se decía que era hijo del propio Poseidón. Para matar a los infelices que caían en sus manos, encorvaba dos pinos hasta juntar sus ramas y ataba a ellos los brazos de sus víctimas: al recobrar los árboles su posición normal, el pobre prisionero quedaba partido en dos. Una variante de este suplicio era atar a la víctima a la copa de un pino encorvado por Sinis hasta el suelo. Cuando el bandido lo soltaba, el pino se enderezaba lanzando al infeliz lejos y estrellándose finalmente contra el suelo. Teseo se sometió a tan terrible tortura y salió ileso. Entonces cogió a Sinis y le aplicó el mismo suplicio. Los mitólogos modernos que desean dar una explicación natural a las hazañas de los héroes, ven en Sinis una personificación del huracán, cuya furia dobla y desgaja los árboles más corpulentos.
Después Teseo se encontró con Escirón, bandido al que le entusiasmaban las tortugas alimentadas con carne humana. Apostado en los desfiladeros de las rocas bañadas por el mar de Salamina, obligaba a los viajeros a lavarle los pies, y cuando los desgraciados iban a realizar tal acción y se agachaban para ello, les pegaba un soberano puntapié que les arrojaba a las olas del mar, en donde tenía un vivero de tortugas hambrientas. Como se comprenderá, fue Teseo el que arrojó a su vez a las olas a Escirón y se dice que una vez devorado por los pesados animalitos, sus huesos se transformaron en los arrecifes y escollos que se hallan todavía en aquel lugar.
Junto a Eleusis, Teseo midió sus fuerzas con el arcadio Cerción, quien tenía una hija seducida al parecer por Poseidón y muerta por su propio padre al conocer lo ocurrido. Como Cerción no podía vengarse del dios, mataba a cuantos viajeros pasaran por delante de la tumba de la infeliz doncella. Teseo llegó ante ella y dio muerte a Cerción, arrastrándolo por el suelo.
Poco antes de llegar a Atenas, Teseo se cruzó con Procusto, padre de Sinis, a quien nuestro héroe había dado muerte y que ardía en deseos de vengar a su hijo. Procusto utilizaba un refinado método para asesinar a los viajeros: cuando alguien solicitaba su hospitalidad (naturalmente sin saber quién era), el bandido les ofrecía un lecho, en el que si la talla del huésped era superior le cortaba todo lo que excedía de más, y si era inferior le descoyuntaba los miembros para acomodarse a sus medidas mediante pesas y poleas. Nunca coincidió el lecho con la estatura del viajero. Procusto intentó colocar a Teseo en el artilugio, pero el héroe le venció y le condenó a morir en el mismo suplicio. Este castigo, conocido como «el lecho de Procusto», viene a ser un reflejo de la ley del talión interpretada como «lo mismo que tú me hiciste a ti te lo harán».
Tras haberse purificado de todos estos asesinatos a orillas del río Cefiso por los sacerdotes de Zeus, ya que alguno de estos bandidos no dejaba de ser pariente suyo, realizó su entrada en Atenas.
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