16 feb 2009

El amor a la vuelta de la esquina

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Ignacio Maccarone era hijo de inmigrantes Italianos, que vivían en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Componía una familia en donde predominaban las mujeres, cuyas profesiones era la misma: docente. Él, no pudo escaparse de ese legado familiar y luego de terminar sus estudios secundarios, con tan sólo 17 años, rindió el ingreso para estudiar la carrera docente en el instituto de profesorado en educación primaria.

La vida de Ignacio, estuvo rodeada de placeres cotidianos, como las reuniones familiares, la armonía en sus amistades y en el trabajo. Le gustaba mucho la vida al aire libre y todos los fines de semanas, se daba el lujo de visitar a unos parientes cercanos que tenían cabañas al sur de Córdoba, apenas 150km de donde él vivía.

Si bien se había recibido, jamás ejerció su profesión, prefirió trabajar en la administración de los campos familiares. Ignacio era un excelente administrador, poseía grandes extensiones de campo, muy fértiles y en él, el ganado se criaba con minuciosos cuidados que el veterinario aconsejaba dar.
Ignacio, viajaba con mucha frecuencia a la Capital Federal para atender cuestiones legales.

En uno de sus viajes conoció a su actual mujer. Estaba esperando ser atendida al igual que él, sólo que estaba parada en la hilera de en frente. vestía de rosa y negro, llevaba cinturón, cartera y zapatos violetas, su pelo castaño claro ondulado, sobrepasaban sus hombros, pero más allá de eso, a Ignacio le sorprendió una sola cosa: un libro de inseminación artificial que tenía en sus manos. Ignacio se preguntaba si estudiaría veterinaria, o tal vez, ya estaba graduada, pero era muy raro-a su entender- visualizar gente con libros de esa índole en pleno centro porteño.

La chica, por sobre la parte superior de sus anteojos, lo mira y le sonríe. Ignacio se sintió -de pronto- invadido por una especie de electricidad que recorría poco a poco todo su cuerpo. Pensó que se desvanecería y que necesitaría ayuda médica. Pero no. Tragó saliva y pensó que debía devolverle el gesto amable, aunque cuando quiso intentarlo, la muchacha ya había dirigido su atención a las páginas de su libro. La gente siguió pasando en sus respectivos turnos, hasta que llegó el de ellos. Ambos uno al lado del otro, no pudieron evitar al menos saludarse, aunque a decir verdad, Ignacio no se atrevió a dar el primer paso. Ella lo saluda y le pregunta si es nativo del lugar, él tartamudeando le responde que no, y que vivía en el interior. Ella por su parte, confirma que de ante mano, sabía esa información por su porte, vestimenta y modo de proceder. Le comenta que también vive en el interior y sólo está de paso en Buenos Aires, realizando trámites familiares. Ignacio siente de pronto que la conocía de antes.

Luego de finalizar sus quehaceres, él la invita a almorzar en un bar de la vuelta. Ella acepta y juntos emprendieron la marcha.
Durante el almuerzo hablan sobre sus gestiones empresariales rurales, ahí detectan que viven en distritos vecinos y casi sus tierras limitan entre sí. Sólo las separaba una parcela de tierra que había sido donada a la comunidad y se había construido una iglesia para los fieles de comienzo de siglo pasado. Ambos no podían negar esa fascinación que de pronto sentían sin siquiera haber pasado la primera hora de haberse conocido, pero se sentían cercanos, como si sus almas se hubiesen reconocido de vidas anteriores, o quizás, sus memorias genéticas se habían armonizado y recordado en ese instante. Ignacio lo sintió así y sólo se predisponía a escucharla.

Ambos tuvieron que regresar a sus respectivos distritos, pero no sin antes intercambiar sus números telefónicos y prometiendo visitarse. Así fue, en cada oportunidad Ignacio visitaba a su nueva amiga, con el fin de conocerla más y que lo conociese para poder dar el segundo paso. El tiempo iba pasando a contrarreloj con tantas actividades y responsabilidades que tenían que afrontar.

Las visitas se habían desfrecuenciado un poco, pero el mismo sentimientos se conservaba en estado latente por ambas partes. Hasta que para octubre de 1.998 Ignacio se animó y le pidió matrimonio. Ella sin hacerse esperar ni rogar, le dio el sí, y en ese instante fijaron fecha para la boda. Sólo dos meses duró el noviazgo. Para Diciembre del ´99 nació su primer descendiente: una hija en este caso, la llamaron Inés en homenaje a la madre de Ignacio que había fallecido dos meses antes.


Ya casados y con una hija en brazos se mudaron al pueblo donde actualmente vive y desempeña la función de intendente.



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