Porteño triste

El café de los domingos en el bar, el diario, las misas de las 10, los ñoquis del 29, los asados del viejo, el tango nostálgico después de una separación, la diferencia entre el español y el castellano. Todo eso y mucho más es lo que el porteño, en su estado puro siente, recuerda y anhela.

La situación económica y política del país cambió y todavía está cambiando. El hombre porteño joven, ese que no vivió la década del 30, 40 ó 50 en la argentina no tiene elementos ni recuerdos que añorar, porque no conoce los buenos momentos que en familia se vivían en Buenos Aires.

El hombre porteño de los 70´ en adelante ya tiene otros entretenimientos, busca la soledad y sus padres casi no son sus referentes, prefieren un amigo antes que un hermano rival, las plazas, antes que compartir el living familiar y los viejos porteños, esos que todavía tienen tanto para compartir con sus descendientes, sólo se limitan a rememorar en sus pensamientos y los más hábiles los inmortalizan en cartas, documentos, canciones o simples poesías.

El tiempo pasó, el hombre porteño tiene una muchedumbre en el alma y nadie parece tener tiempo para escuchar ni compartir. Eso ya pasó de moda para los nuevos hombres porteños, la sociedad exige otras cosas, los medios reflejan otras realidades y el mercado competitivo se impone de la manera más ruin. Esas cosas, el hombre porteño viejo no las entiende y se pregunta constantemente cuándo regresarán esos días en que la gente vuelva a su país, a sus respetivas ciudades, a sus familias, a sus domingos en las canchas, reencontrándose con su pasado, con su historia. Reencontrándose con los suyos.


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